lunes, 31 de agosto de 2009

La teoría de la arveja



Dicen que los guisantes ayudan a combatir la melancolía provocada por el fin de una estación.

No obstante, no debieran hacer falta estos frutos verdes, canicas ahijadas de plantas Papilonáceas, pues las cosas más interesantes ocurren en septiembre y no es riguroso (al menos para unos seres racionales) añorar lo que sucede en verano.

Todo aquello que pasa entre entre el 21 de junio y el 30 de agosto queda alojado en una pequeña nevera que se ubica en el lado derecho del ombligo; allá donde también van a parar los sudores, los recuerdos y las pelusas del jersey.
Con la llegada de septiembre, se acaban las enmiendas y las ficciones del verano. Ahora se aterriza sobre el planeta que hayamos construido desde el chiringuito. El que hemos trazado en la cabeza mientras mirábamos una servilleta manchada de aceite calamaresco; y que también es el que es. Vamos, el que rota por su cuenta y riesgo. Lo del ombligo cuenta, pero raro.

Despertarse en septiembre es como despertarse un domingo por la mañana bajo un dosel de hibiscos. Es natural, bonito, refrescante y a la vez te inunda un aroma dulzón, la sombra alternada con el calor, el sofoco de que te acaben de despertar de una siesta prolongada...

Fotografía: Arte culinario extraido del portal www.nopuedocreer.com



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores