
A ningún empresario de la comunicación se le ocurriría hacer aquello tan estrambótico o tan honesto, según desde qué lupa de mire, que hizo un medio estadounidense a principios del siglo XX: "No hay noticias", dijo. Cortinilla y a seguir viviendo. Ese día, no habían encontrado nada que transmitir.
En 2009, las noticias se inventan o se exageran (el clásico periodismo amarillista); y en otros casos, se buscan datos en las grietas más rocambolescas. Y a la gente le gusta. Miren si no, el apartado de Los más leídos de cualquier periódico. Ganan por goleada las noticias que son capítulos de culebrón (el espionaje PP/PSOE) o las chiripitiflauticas (una turista rusa lanza una taza contra la Gioconda). Los sucesos, por supuesto, siempre están en los primeros puestos, a pesar de que a veces se prolongan sin que tengan fines preventivos, ni informativos. Es el suceso-crónica. Un cuentos para llorar, que se lleva mucho ahora.
Tiene chiste que hayamos asumido, mal o bien, ciertas caras de la globalización: los viajes en Ryanair (baratos, baratos, baratos); las pandemias de gripe, el Twitter, el efecto dominó de la economía... Tiene chiste porque se nos ha olvidado asumir que, con la globalización, los criterios informativos también cambian. O debieran cambiar, por naturaleza. ¿No es más relevante saber las oportunidades de negocio que proporcionan los microcréditos en África, que cuántos empastes tienen la prima del rey? La sección Internacional sigue siendo la gran incógnita para los lectores. Algo lleno de golpes de estado, exotismo y corresponsales.
La información sigue teniendo fronteras.
Casi todas, levantadas por obra y gracia del dinero.
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