jueves, 6 de agosto de 2009

Bilbao - Lanzarote


13.20. En el exterior del aeropuerto de Loiu (Bilbao) llueven 16 grados de temperatura. Un tiempo como para ver una pelicula de Terry Guilliam en el DVD de casa. En el interior del edificio ideado por Calatrava (algunos le ven forma de paloma; otros, de horror sin sentido común) los pasajeros del vuelo Bilbao-Lanzarote hacen cola para facturar.


13.25. Una chica se coloca en el mostrador de Avant (que en el argot jerárquico y prehistórico de las compañías aereas, significa 'adelantadillo' o 'señor que paga más').

13.26. Una vecina de cola pone la voz en modo susurro audible y dice: "Aquí sólo hay una cola... Vamos, me parece a mí". Tiene cara de bulldozer (bulldog no, bulldozer) y cholas recién estrenadas.

13.28. La azafata que factura tiene dotes de monitora de campamento y pone a cada cual en su sitio: "No, perdone. Esta señora (si tienes más de 14 años y mechas en el pelo, para Air Europa eres una señora) ha sacado su billete electrónico y tiene preferencia para facturar".



13.29. La Bulldozer traga aire y pone cara de saberlo, o de haberse comido un rábano en mal estado.

13.30. La cafetería (a la que se llega después de dar una vuelta completa a la terminal de Salidas; gracias de nuevo, Calatrava) está llena. Lo que más triunfa es el café.

13.55. Empieza el embarque. Un niño manda a la mierda a su padre porque no le deja la PDA. Un señor tose mucho. La señora que tiene al lado se contrae, y se sube el pañuelo hasta taparse la nariz porque no está el tiempo para agarrarse gripes de pollo.

14.15. Despegan. Los padres primerizos se transforman en doctorados en Ingeniería Aeronáutica: "Ahora vamos, ahora vamos, ahora vamos, ay que vamos, mira que nos vamos, uy, uy, uy... uuuuuuuuy, ¡estamos volando!". El niño lo flipa. Más por cómo habla su padre de repente, que por el paisaje al otro lado de la ventanilla (que también).

14.45. La chapata de jamón con aceite de oliva es un ladrillo de harina mal cocida. Está fría y lleva adherida una loncha de algo rojo. Cuesta 4 euros y medio. Y uno piensa que se está comiendo la rueda de recambio del tren de aterrizaje.

15.00. Una niña llora. Y llora. Y el berrinche se convierte en la alarma de un campo de concentración. Y uno se plantea que somos 6.800 millones de almas en el mundo, y que igual es mejor adoptar. O no tener más vidas. Y el que piensa esto comete el error de decirlo en voz alta, y su compañera de asiento, con instinto maternal avanzado, le tilda de monstruo insensible.


15.08. Turbulencias. Pero qué ridículos nos hacen parecer las turbulencias. Se mueve el zumo de naranja (mínimo), sobre una bandejita de plástico que tiene atoradas tus piernas. Y todo esto en un supositorio estrecho en el que varias señoras uniformadas tratan de aparantar glamour y dignididad. NO SE PUEDE SER DIGNA CON TACONES Y TURBULENCIAS.



15.25. Un caballero se duerme y ladea peligrosamente la cabeza. Se escora, se escora y termina cuasiapoyandose en el hombro del vecino.

15.35. Descendemos. Y empiezan las hipótesis. Los hijos de interior dicen que la espuma de las olas son barquitos. Y se juegan la paga de todo el mes. Los padres de interior dicen que igual, que en Canarias hay muchos barcos.

16.00 (Tres en Canarias). Aterrizan. "Corre Manolo que te dejas la mariconera". "Ay, Aintzane, que no encuentro el bolso". Y etcéteras.

16.04. Angustiosos minutos de espera en el supositorio recalentado. Los viajeros más avezados miran a los recogemaletas con cara de malas pulgas. Les amenazan telekinesicamente. "Ya verás, Nuria, que nuestra maleta es la única que se pierde" (en vacaciones, nos nace una inseguridad y un mal fario que no son ni medio normales).

16.10. Fotos de campesinas muy étnicas y de paisajes de postal. Todo puro, salvaje y etnográfico. Luego, dos anuncios: el casino y un campo de golf. Y los recién llegados salen por la puerta grande, como si al otro lado les fuera a esperar Bertín Osborne (*)

16.11. Felices vacaciones.

(*) Pequeño homenaje a aquel terror televisivo llamado Menudas estrellas.

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