

Es de agradecer que un perro devuelva las horas de la mañana que se perdieron por costumbres ancestrales. Desde hace semana y media, el Parque Islas Canarias y Luisa son uña y carne. Todo, gracias a un cánido mil-leches muy bien educado (de hecho, el perro mira las piezas del ajedrez con toda la intención de mover un alfil; no de comérselo como sería más connatural a su raza).
Este domingo por la mañana, Luisa paseaba al ajedrecista por este Parque, que fue concebido por los arquitectos Chesa y Mena. El parto resultó otro: un lugar sin arboleda, sin sombras y sin terraza para el café. Sin embargo, el parque es transitado. Hay ciclistas, grupitos de adolescentes jugando a buscarse, novios columpiándose, perros paseando... Incluso el viernes pasado, 4 de septiembre, se pudieron ver a dos parejas sexagenarias sentadas en un banco, mirando la luna llena reflejada sobre el mar de los pantanales, con el Castillo de San Gabriel haciéndolo todo muy medieval.
Pero como en todos los sitios públicos, y más en Arrecife, aquí se descubren cosas rocambolescas. Hoy nos desayunamos con una llanta de bicicleta incrustada [arriba, derecha] donde debiera levantarse una palmera. En su lugar, un tocón señala la mutilación.
La marea que está de puertas abiertas, desnuda los escalones de piedra de los pantanales. En el striptease queda al descubierto una silla de ruedas [arriba, izquierda], oxidada y vestida con un traje de algas.
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